martes, 17 de noviembre de 2009

GOTERAS


Me gusta pasear por la ciudad en esos días que el cielo descarga toda su melancolía, que esparce su dolor en el grisáceo asfalto. Las nubes son los corazones hechos trizas que se quedan apelmazados y repartidos por encima del olvido escurriendo el sufrimiento en las aceras.

Lágrimas diluviadas que inundan las alegrías. Dejan las motocicletas de circular y entonces, salen coches y caracoles a pasear, paraguas que se abren como setas en otoño. Botas de agua, impermeables de colores y un sin fin de vestimenta que hace resbalar soledades y tristezas.

En uno de esos días en que el cielo no deja de sangrar verdades trasparentes, decidimos parar a comer en el lugar más cercano. Subimos unas cuantas plantas, para acercarnos al cielo de los doloridos. Desde una terraza acristalada truenan desconsuelos. Se instalan allí nuestras almas congestionadas para rellenar el vacío de los sentimientos que se habían largado a un paisaje más soleado. Pero allí estamos, tan dispuestos a engañarnos, a dejarnos consumir por manjares que nos saciarán aunque no alimentan. Completamos los huecos con alcohol de quemar recuerdos. Y de pronto una bofetada de realidad, los comensales sacan sus paraguas mientras que con la otra mano sostienen, el vino que se sirven.

Es en momentos así cuando uno se da cuenta que las goteras del corazón, gota a gota, van encharcando no sólo nuestra vida sino la de los que nos rodean. Vamos regándoles de preocupación, mojando los sentimientos sin ningún pudor y al final se produce el escape, esa huida tan necesaria que sale disparada desde el interior y corre hacia ningún lugar, sin rumbo ni camino, por donde puede, por donde le dejan pasar hasta llegar a fuera, a ese lugar donde corretear y bañarlo todo de angustia y dolor.

Por eso, cuando empiece a gotear mejor... gritar, llamar a un fontanero de emociones pero nunca tapar para acallar, remendar para aguantar porque el resultado siempre es el mismo: estamos inundados!

jueves, 12 de noviembre de 2009

LAS FAROLAS


Llegado el otoño, la ciudad se despoja de sus ropas coloridas y el calor se desnuda dejando paso a la sobriedad y crudeza del plomizo asfalto. Sin embargo; algunas farolas, como faros para marineros y sirenas extraviadas, nos alumbran el camino para hallar a la fugitiva alegría.

Colgado en lo alto; el genio y el arte del poeta cantante. Me paro a ver el cartel mientras pienso que me gustan los colgados como Sabina! Y es que algo tienen de especial las farolas con el rey de los sombreros de copa que no hacen magia pero whisky y mechero, copan.

Parece que todo sea distinto, la ciudad respira un aire perfumado de canción. La poesía corretea por las calles, esta vez, de la mano de literatura aliñada con aromas de Sant Jordi (“Vinagre y Rosas”). Pero ya se sabe, que tras caer el Sol aparece la compañera soledad, cargada de recuerdos y melancolías que vienen resistentes y abrigadas. Amarga oscuridad, como esa sala de espera donde aguardamos los remedios que ya no vienen con recetas ilegibles pero sí con sueños dibujados. Llega a su fin la nocturnidad, como lo hacen las canciones.

Y allí siguen las tops del mobiliario urbano que, con prostitutas y borrachos, se turnan la penumbra para llenar de luz esas noches de bohemia sabinera. Son linternas de sobremesa con duende y embrujo, sin trampa ni cartón que iluminan las tristezas, encienden la pasión, alumbran el desconcierto, irradian buen humor, resplandecen las ilusiones; deslumbrado queda el olvido.
Sin duda, son ellas un tanto particulares. Y la gente al pasar, callejean en silencio tan deprisa como bailan los acordes de una guitarra que sostiene el maestro Sabina. Y entonces, Joaquín saluda desde las alturas y algunas farolas!

* 17 de diciembre concierto de Joaquín Sabina en el Palau Sant Jordi. Un mes antes, su nuevo disco "Vinagre y rosas" saldrá a la venta.