lunes, 14 de diciembre de 2009

SIN CONTROL, NI CORAZÓN

Siempre dando vueltas, nunca se para a dormir, gira al compás de su amigo el reloj como una noria, sin norte ni tampoco sur, sin cielo ni infierno. Es fiel a lo ambulante. Me refiero al mundo, el tuyo y el mío. Que se mueve, que bombea, que palpita al ritmo del trote y el galope. Una veces tan pausado, como al segundo, algo más que acelerado.

Otro, en cambio, es el músculo que da sentido a cada giro de este globo. Es el que hace que todo parezca posible. Te hablo del corazón, el tuyo y el mío. Con sus penas y sus glorias; alegría algún día y calendarios enumerados con melancolía. Tan opuestas, tan de la mano.

Algunos derrotados apuestan por el capital como propulsor caprichoso de nuestro mundo. Otros tienen fe en el motor y hogar donde habita el amor. No obstante, sean los metales o los corazones ambos tienen algo en común. Su ausencia nos hace desgraciados pero poseerlos no nos garantiza la absoluta satisfacción. Resumiendo, los dos son unos cabrones adobados con trampa y cartón.

Pasaporte de la vida, dinero o corazón. Unos lo guardan en la cartera otros, en lo más profundo del esternón. Y del segundo también me pregunto si es vecino del pulmón o más bien se sitúa debajo de la falda y el pantalón. De nuevo, hay que hacer una elección. Y es difícil porque no hay preservativos de la talla del corazón. Sí, en cambio, del músculo de la calentura, que va cubierto de su armadura y de ese placer que no dura, que arde pero no duele. Que siempre plastificamos a todo riesgo. Para todos los tamaños, de sabores y colores, es infinita la selección. ¿Y que hay del corazón? No se venden lubricantes que hagan deslizar el desamor, ni pastillas para olvidar la ausencia del día después en soledad. Tampoco plastificadores para el corazón, que lo envasen al vacío para que no quepa en el aire ni un átomo de sufrimiento. No hay ningún lugar en el que guardar esos sentimientos concentrados que un día creiste que fueron sólidos y se convirtieron en fluidos semendesnatados. Acabaste fecundando decepción. Y es que cuando la crisis asoma, no le queda otra al amor que compartir gastos de alquiler con el dolor. Y el corazón con sus varias capas de piel, que se esconde con el frío de las heridas y se agranda al tocarlo pero en un día cualquiera, ese corazón ya no late porque nunca nadie pensó abrigarlo con un poco de latex.

Por eso, alerta si se acerca un tal Cupido. Porque olvidaste pensar en la protección.

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