martes, 27 de octubre de 2009

VOLAR

Todos, de vez en cuanto, deberíamos estar dispuestos a volar. Es necesario, estoy segura, algunos quieren pero el miedo les vence, otros no sabrán jamás lo que es elevarse y unos pocos, como si el aire mezclado con estrellas fuera una droga sin igual, se lanzan a pilotar el vacío y la inmensidad.

El viernes pasado elegimos volar. Yo lo sabía, mi acompañante sabemos que lo suponía. Llegamos a Empuriabrava y con arnés y unas gafas de lo más anticool seguimos las flechas que marcaban destino “adrenalina”. Dejamos los problemas en la pista de aterrizaje, colgamos el dolor de la ingravidez y sin darnos cuenta despegamos los cuerpos de la ventana que nos asomaba a la realidad. Subidos a la avioneta, y demasiado tarde para recular, nuestro piloto que, a diario abusaba de este momento estelar, leía una revista atado a unas esposas hechas de costumbre. Las llaves debió lanzarlas para olvidarse de disfrutar.

Mis oídos cronometraban la altura y a medida que ascendíamos se sumaban también las emociones. El pasillo donde nos sentábamos, en silencio vibraba. Era un trayecto como sala de espera dónde todos ansiaban el sello en el pasaporte a la existencia. Casi nadie hablaba y aunque yo también era protagonista, me pasé al bando cronista. Siempre disfruto observando las caras ajenas y también las que no son forasteras. Trataba de leerles el reto en la mirada, la novedad quizás, la falsa osadía o quién sabe, si el entusiasmo acallado. También a mi acompañante que, atado al arnés, le colgaban las etiquetas ying yang, de un negro“euforia” y un blanco“respeto”.

Fueron apenas segundos y entonces los profetas ya lo anunciaban, era la hora del juicio final. De golpe y sin tiempo para pestañear el viento nos había sacado a la pista y ¡a bailar! Todo ocurrió más que deprisa, nos trasladamos a un frigorífico mental dónde los pensamientos se congelaban en cubiteras. Fue un stop neuronal. Después, vino el vaivén de gritar y soñar y fluir, despertar, desconectar y porque no, de olvidar.
Sentíamos la enormidad, el espacio nos convirtió en motas de polvo en medio de aquel infinito. Fueron 56 segundos a 200 de velocidad, rápidos como el asíndeton hasta que, como pétalos los paracaídas se abrieron. Nos dejamos flotar, vibrar, precipitar, sentir. Descubrimos que el aire no tiene raza. Que las nubes son sentimientos enmarañados recubiertos de azúcar glass. Que volar es el ingrediente que fecunda versos nacidos del corazón. Que las aves son los poetas y cantautores del cielo. Que es posible bucear en el espejo del mar. Que uno se incendia al mirarle a los ojos al atardecer. Que somos partículas con sobredosis de ego. Que no somos nada además de serlo todo.

Y de pronto, aterrizó nuestro mundo en la tierra y fue entonces cuando supimos que no es malo soñar que llegará ese día en que el hombre se atreverá a volar.

sábado, 17 de octubre de 2009

LOBOS MUSICALES





¿FALSA HONESTIDAD?

De vez en cuando me pierdo, no me encuentro pero son muchas más las veces que pierdo cosas. Paraguas, jerseys, gafas de sol, ipods…son mi pan de cada día. La última, hará menos de una semana cuando entraba a La Caixa con mil cosas en la cabeza y me dejé mi netbook nuevo. No lo eché de menos hasta al cabo de unas horas y, fue entonces cuando la culpabilidad me caló el cuerpo entero. Luego vino la negatividad…sonaba imposible pensar que el afortunado que lo encontrara no se pusiera un antifaz de nueva propiedad. Volví al lugar del crimen pero, como era de esperar, ya no estaba. Me castigué toda la tarde porque no era la primera vez y sabía que tampoco sería la última. Pero como dice mi madre, “la suerte conmigo no hace vacaciones”. Al llegar a casa busqué en la página de Sony acerca de las garantías por robo voluntario y consentido pero nada…Abrí mi Hotmail y allí estaba, un mail con asunto “portátil perdido”. No daba crédito mi desconsuelo ni yo, tampoco. De un plumazo, la poca esperanza que tenía dio a luz. Al día siguiente llamé al teléfono que ponía en el mail, ansiosa por conocer la voz de la bondad. Me contó su historia. Era la niñera de una familia del Putxet y por el timbre de su voz supe que no era española. Acordamos el día para quedar y recoger el portátil. Y así fue, llegué con el cuerpo cargado de alegría y fe. En las manos, un ramo de flores y un detalle para Ana, que así se llamaba.

No sé cuantas veces llegué a darle las gracias y me retuve de estrujarla hasta dejarla hecha un zumo. A medida que íbamos hablando entendía menos, me contó su situación en Barcelona. Nada agradable, por cierto. Trabajaba sin parar, incluidos sábados y domingos. Y aún así no le alcanzaba. A su marido lo habían despedido del trabajo y su hermana estaba en Bolivia a la espera del dinero que ella les mandaba para curarse el cáncer que la estaba matando. Ana se sabía su discurso y a mí, me logró ablandar hasta ese punto que la historia se giró. Me lanzó entonces una aspirina que aplacase la culpa que se pintaba en mi cara. Se le ocurrió supuestamente de improviso que la podía ayudar, dándole a lo mejor, un tercio del precio de mi portátil. Y con arnés y un poco de desilusión mi optimismo saltó a hacer puenting hasta llegar a lo más bajo dónde finalmente se estrelló sangrando desilusión. Al principio no entendía ese gesto de humanidad solapado a una historia infectada de pobreza y enfermedad. Después entendí menos, así que me tranquilicé porque nada podía ser más desconcertante de lo que estaba siendo. Y saberse abajo implica que uno sólo puede volver a subir. Mis sospechas dejaron entonces de ser pura ciencia ficción, sin embargo, dudaba. ¿Chantaje o desesperación? Apunté su número de cuenta porque pensé que si era teatro, pagaría la entrada por su buena interpretación y si era cierto, el dinero se emplearía para algo mejor que mis gastos y caprichos.

A día de hoy, no he recibido noticias suyas. ¿Sería una prueba de mi voluntad o falsa honestidad?

viernes, 16 de octubre de 2009

ILUSIÓN


Ilusión he sentido cuando han tocado al timbre de casa para entregarme el nuevo número de la revista Zona de Obras en la que colaboro y donde aparece mi primera entrevista con el grupo catalán Dorian.


No hay mayor satisfacción que firmar con nombre y apellido unas letras que llevan los tachones de hojas en sucio, las acotaciones, los cambios hasta conseguir lo que uno quiere, la información cuidada al detalle, el tiempo dedicado, al fin al cabo todas las sensaciones y sentimientos de alguien. Esta vez: Por Sara Casanovas.

jueves, 15 de octubre de 2009

RAMBLA CATALUÑA

  • Las abuelas que con alegría se engalanan cada mañana para ir a desayunar infusión y pastas a la Mauri.
  • Las motos que zigzean entre los coches porque llegan tarde a trabajar.
  • Los ejecutivos trajeados que caminan a paso ligero hablando por su iphone.
  • El señor que ronda los ciencuenta y abrillanta con esmero los zapatos de abogados y banqueros.
  • Las madres que pasean y se paran en las tiendas.
  • Otras madres, más atribuladas que arrastran mochilas enormes, más grandes que sus hijos.
  • Los niños que lloran y se retuercen porque el colegio les parece una tortura.
  • Los jóvenes que van en bicing y se saltan todos los semáforos.
  • Los coches que pitan quejándose por todo.
  • Los observadores que, como yo, miran desde alguna terraza en la Rambla Cataluña.
  • La Cervecería Catalana, llena a cualquier hora.
  • Las adolescentes con esa vestimenta que advierte que están hechas un lio.
  • Los que salen al balcón, como yo, a fumarse un pitillo.
  • Las embarazadas que presumen de pesar el doble.
  • Las tapas de jamón del "5 Jotas"
  • La arquitectura modernista y clásica que me deja la mirada ausente unos minutos.
  • Los diseñadores con cascos de colores chillones y enormes, bambas arcoiris, gorras de Ed Hardy y su mac bajo el brazo.
  • Los guiris que viajaron en low cost y se lo gastan todo en cervezas.
  • El petit comité, del passatge concepció, cuando me invita mi madre que no es becaria.
  • Bohemios con pantalones de 300€ que nadie lo diría. Y eso es lo que pretenden.
  • Los odiosos urbanos que custodian mi coche en la zona azul.
  • El quiosquero de la esquina, que vende diarios y regala sonrisas.
  • La señora que pasa cada mañana a las 9:45h con un modelito recién sacado de algún desfile de Agatha Ruiz de la Prada.
  • Los transportistas que comen el bocadillo en carga y descarga mientras sueltan piropos, más o menos, picantes como la chistorra de sus bocadillos.
  • Las caras que ponen esas burguesitas catalanas cuando los anteriores las halagan en su argot. Escandalizadas huyen porque son demasiado dignas y el bisturí les ha plastificado además de la sonrisa, el sentido del humor.
  • Los comerciales a pie de calle, desesperados por las evasivas de los paseantes.
  • Esos hombres desenfadadamente elegantes que tanto me gustan y me entretienen pensando qué profesión tendrán.
  • Patatas, olivas y cervecita en La Bodegueta.
  • La calle dónde mi padre tiene su hogar.
  • Los perros que andan majestuosos porque no han pisado el campo ni se han ensuciado.
  • Los bachillerato de la Granés que se juntan en los bancos a fumar y hacerse chuletas.
  • Los abuelos que pasan de los locales chic y se juntan en el bar de siempre para echar un dominó.


    La Rambla Cataluña quizás no es excepcional pero para mí, es entrañable.