miércoles, 10 de junio de 2009

DEGUSTAR, A LA CARTA Y AMOR

Entrar en un restaurante puede resultar tan peligroso como enamorarse. Te sientas a la mesa y en lo único que piensas es que el camarero te vea para pedirle algo de beber. Se podría decir que cuando él te mira se produce un flechazo interesado entre vosotros. Por lo menos es lo que tú deseas, que se fije en ti. Al final, se acerca. Pides una cerveza bien fría sin pensarlo demasiado, siempre has tenido predilección por las rubias.

Mientras sientes las burbujas de cerveza en tu interior - ¿será amor? - viene el dilema. Tienes dos opciones: carta o menú degustación. Entran en juego tus ganas de arriesgar. A la carta será apostar por lo seguro, sabes qué traerán, tú lo eliges. Un alivio, aunque a veces precisamente el saber tiende a llamar al imaginar. Y el error ya está servido: un platito de aquello que esperas y cuando lo mastiques es posible que sepa a poco incluso, a decepción. Espérate antes de esperar - dice el somelier.

Por otro lado, el factor sorpresa del menú degustación evita cualquier tipo de previsión, no tienen cabida las falsas expectativas, suele servirse del desconcierto para asombrar. Un atenuante, sí pero también sabemos que no elegimos, más bien nos eligen. Cómodo y a la par peligroso.

Al final te embarcas en una de las dos opciones. Los entrantes siempre están llenos de impaciencia, de ilusión y ganas de degustar. Cortesía de la casa, unas virutas de alegría. Todo sabe a gloria, sacia tu interior. Pasas de tenerlo vacío a rellenarlo de sabor. El aroma de tu plato huele a pura felicidad. Vibras como cuando muerdes un crocanti de sensaciones dándole razón a todos tus sentidos. Con un primero suave y tan propio de cuando algo aún es desconocido. Llega después el segundo y estás lleno de confianza, marchando el plato fuerte. Tendrás la sensación de que tu relación está cocinada al punto. Es ese momento de máxima satisfacción. Estás rebosante. Te traen más bogavante. Te sientes viva no te importa que vayan a cobrarte el IVA.


Y entonces la gravedad se refleja en el filo de tu cuchillo recordando que lo que está arriba algún día también se irá abajo. Incluso tú mismo lo pedirás, un postre para bajar. Algo refrescante que te alivie del empacho. Será el postre o a ser posible, un utópico dulce final. Y es que es inevitable que a medida que vas matando la gula también se va apagando la llama del amor.

Al final saldrás con la factura en la mano que, habrás pagado con visa o dolor. Habrás entrado y disfrutado, sabiendo que algún día tendrías que salir. Quizás lo haces cuando tú quieres, quizás cuando otros lo quieren. Entonces te acordarás si pediste la carta o el menú degustación. Si elegiste o te eligieron.

Sea como sea, buen provecho!

3 comentarios:

  1. Sara que bien escribes!!son las 2 de la mañana, llego de explicarle geometria a un amigo, estoy muerto, enciendo el pc, y encuentro que has actualizado...!!!mejor plato degustación(de la taberna del buda, jeje)!!voy a ver si encuentro a nerea mientras me duermo!un besito

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  2. Por eso yo me suelo quedar en los entrantes, bendito picoteo, jamás postre, ni café... pasemos directamente al chupito!!!

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