miércoles, 3 de junio de 2009

GENTE SUDOKU


No son muchas las veces que cojo el autobús para moverme por la ciudad pero cuando lo hago me gusta observar las calles por las que paso y la gente que se sienta a mi lado. Antes de sacar el libro que llevo en el bolso me paro a contemplar y si puede ser, sin que la gente se de cuenta, aunque no siempre lo consigo. Por no decir casi nunca.

Me quedo embobada con algo: un cartel curioso, las columnas que anuncian conciertos, una señora con mil bolsas de marca colgadas del brazo que, al parecer no le pesan tanto como el orgullo que siente por ser una fiel consumista incluso, en tiempos de crisis.

A mi lado, un estudiante se entretiene con el sudoku del diario. Nunca he sido aficionada a estos pasatiempos pero por la cara que tiene él parece que está entusiasmado aunque se le ve algo nervioso. Esta vez no me ha visto, sólo he mirado de reojo y estaba tan concentrado que ni se ha dado cuenta. Todo un récord.

Si me paro a pensar, creo que no he hecho más de dos sudokus en toda mi vida y no sé si llegué a terminar alguno, no lo recuerdo. Pero si de cada uno de nosotros colgara un cartel como en los puestos de helados que hay en la Puerta del Ángel y que te llaman cremosos desde el cristal, el mío sería sabor a impaciencia. Quizás esa es la causa de mi apatía por los sudokus. Quizás.

Aún así, estos juegos creo que están presentes en nuestra vida, algo más de lo imaginado. De vez en cuando todos jugamos, unos sobre el papel otros sobre su propia vida. Hablo de la gente sudoku.

Son personas como tú y como yo. Es la gente que se cruza en tu vida para cumplir la función de pasatiempos. Al igual que tú también la cumples para otros. Sabes que su presencia en tu vida será efímera pero por un rato, te entretienen. Unas veces eres tú el pasatiempos otras, ellos.

Jugamos de vez en cuando a hacer puzzles intentando encajar corazones, el tuyo redondo en un hueco cuadrado. No puedes y lo sabes, sin embargo, lo intentas. Lo fuerzas pero no entra.


El sudoku, el rey de las emociones indescifradas.

Hacemos también sopas de letras con los sentimientos. Se unen palabras que aunque no tengan mucho sentido, juntadas suman puntos. Y es que no se ha venido a participar, esta vez sólo se trata de ganar.

Otras veces los besos saben a crucigrama. Están huecos, carecen de significado. Porque nadie los ha rellenado. Son pura distracción.

Puede incluso que la cosa se complique. Y no hablo ahora del sudoko ni tampoco de sus niveles. Es cuando se juega al tres en raya. Lo que empezaba con dos jugadores acaba con tres fichas. Menuda jugada! Hay cosas peores, sin lugar a dudas. Si pensamos en el ahorcado o qué decir de esas despedidas que huelen a jaque mate.

No nos olvidemos tampoco de la tradición. El juego de la oca o, lo que es lo mismo, chico/a porque me toca. ¿Y los colores del corazón? Tan cambiantes como las fichas del parchís. En ocasiones se viste de un frío azul, otras resplandece amarillo girasol. Si se pone rojo…ojo. El verde, sin duda, juega porque hay esperanza.

Gente sudoku, la encuentras en cualquier parte, también en el autobús. Allí recuerdas que hay juegos y amores cortos. Sabes que tienen principio y fin. Desconoces quién saldrá vencedor pero lo que sabes de antemano es que será ameno. Una página en blanco en tu corazón, un antojo que se acabará cuando anuncien tu parada. Diversión fugaz para tu mente.

Me doy cuenta que quizás no es la impaciencia lo que me aleje de esta gente. Quizás es que me guste jugar a algo con sentido. El chico sudoku se levanta. Es su parada. Se ha entretenido y, él sin darse cuenta, me ha distraído.

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