martes, 30 de junio de 2009

SER Y TENER

Conocí a una persona que se olvidó de ser. Le enseñaron ya en la cuna que lo importante era tener. Biberones de vanidad y ostentación bebía y de eso, su vida se alimentaba.

De mayor con los de su misma especie se codeaba. Nada le hacía ilusión porque papá todo lo pagaba. Se licenció en lujo, su especialización colgaba de la pared con título: master en codicia. Jamás suspendió, tal sólo en una ocasión dejó por imposible una asignatura porque nunca supo como conjugar el verbo “ser”, a diferencia del “tener” que lo cantaba, si era preciso, del revés. Pero una buena agenda de contactos todo lo solucionaba y al final él, aliviado sin opción ni intención de retomar esa asignatura llamada vida que, de lado dejaba. Más tarde se casó con su bolsillo y tuvo varios hijos que cada día vigilaba en la sección “bolsa” del diario, resoplaba a menudo, le traían de cabeza cuando subían y bajaban, nunca estaba tranquilo con ellos. Cuando se hizo viejo se obsesionaba con estirar lo que se arrugaba, también tapaba lo que caía y luchaba con la gravedad porque aquello ya ni subía. No fue niño, tampoco joven y nunca aceptó ser anciano. Sólo podía decir que tuvo una vida llena de caprichos, esa fue su niñez. Se mantuvo siempre al margen pensando que ya nada podía aprender, él todo lo sabía…ignorante juventud. Tuvo también un final pomposo, su ataúd lucía majestuoso. Aunque tuvo vejez nunca reparó en que la muerte no hace distinción alguna ni tampoco concede privilegios. Y es que ya lo dice el abecedario que la S -er va antes que la T-ener.

Una pena la de ese hombre que siempre tuvo lo que nunca fue.

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