viernes, 7 de agosto de 2009

ENCENDERSE Y APAGARSE

Son estados de la mente, del alma, de la persona. Dentro de cada ser humano existe una llama, en todos y cada uno de ellos. Sin embargo, no todos poseen la chispa capaz de avivarla. A veces ardemos como antorchas y ni el viento más enfurecido puede con el fuego que nos mueve. Otras, iluminamos tenue como velas y bebemos del fuego que prende de un hilo, más frágil, más suave pero duradero en el tiempo.
También somos cigarrillos: rápidos y frenéticos, sentimientos anicotinados, que vienen y van, que se fugan en los labios para convertirse en humo y aire, que se mezcla y se va. Que vienen para no volver.

En cualquier lugar podemos encendernos. Sentir el fuego en los adentros, tener ganas de sacarlo porque nos quema allá dentro. Una hoguera de sensaciones que se ve, que se siente, que se toca. Ilusión por discutir, descubrir, ver y al fin, sentir aunque siempre corriendo el riesgo de quemarnos. No importa, cuando llega el momento porque las consecuencias sólo son ceniza. Se borra en el diccionario la palabra “desgana”. En las noches más oscuras resplandecemos y es que, corren por las venas sustancias incandescentes que los hombres suelen llamar pasión. El corazón, pura bomba de relojería, las emociones marcan nuestros segundos. Tenemos hambre de saberlo todo. Soñamos que despertamos del letargo de tantas ideas que se apelotonan entre ellas, se pelean con el Dios cronos que impide solaparlas. Quemamos de ilusión porque alguien supo sacar lo mejor de nosotros, alguien que nos eleva, que nos despega los párpados para dar fe de los fuegos artificiales que residen donde un cirujano no alcanza. Las acciones palpitan, los límites se erradican, nuestros movimientos son pulsiones vibratorias. Sentimos que la vida es utopía. Héroes disfrazados por las calles, lo inanimado habla, los sueños que eran momias ahora cobran vida, todo es posible. Vomitamos luz, que sale de nuestro interior. El oxígeno nos lo bebemos. Alguien viene a darle al interruptor de los sentimientos. La chispa de lo ajeno es el principio de un incendio personal.

Es radiante y a la par, frustrante. Tarde o temprano llega el apagón. El tiempo pierde su sentido, no distinguimos entre aprovechado y perdido. Nos resbala, se resbala de las manos. Corre a la deriva como las gotas de cera en una vela. Las ideas se ahogan en nuestro mar de dudas. El viento sopla en dirección a la indiferencia. Nos sentimos los vencidos. La insatisfacción se hace del material más elástico que hayamos visto. Borracheras de sinsabor dan positivo en las venas. Sentimientos caducados que ya saben a rancio recuerdo. La llama ahora es ceniza, tan gris como esos días en que no hay nada qué decir, que más vale callar y guardar lo mejor de uno mismo. Nos arde al acordarnos cuando lo tuvimos todo pero ya lo quemamos. Viajamos por el interior, sin rumbo, sin destino hasta que paramos en una estación: Bienvenidos a desolación. Ilusiones desbancadas. Ya no hay chispa, ya no hay llama. No encontramos ese mechero que flambea nuestras ilusiones.

Encenderse y apagarse: tan fácil, tan gratificante, tan duro y peligroso. Sin duda, merece la pena el riesgo de la quemadura, que escuece pero no mata como el apagarse.

1 comentario:

  1. Como dicen en Beatiful Girls, "el gran apagón" siempre viene. Está al acecho.

    ResponderEliminar