miércoles, 29 de abril de 2009

EL CIEGO Y LA TURCA

En un bar se conocieron cuando a la hora del té, ella prefirió tequila.

Él andaba olvidado por algún barrio de la ciudad. Con ganas de dejar la conciencia de lado, por un tiempo por lo menos. La dejó (la conciencia) a las puertas del RaVar, reposando con los posos de la copa que ya sostenía. La barra rebosaba de apatía embotellada. Todo cambió, cuando a ella la escuchó. Se reía sin parar, hablaba torpemente pero el ciego la disculpó rumiando - es por el acento turco que nadie la entiende.

Se juntaron enseguida con la intención de la mayoría de locales, despistar al tiempo intercambiando litros por monedas. Coincidieron cuando al camarero le pidieron dos de vitamina Colocón, la vitamina C y calmante de heridas. Se sintieron revivir, fueron juntos hacia la deriva. Se miraron sin verse, las miradas no podían aguantarse. Sobre todo, el ciego. Diego, se llamaba.

Le habló éste de su oficio, su vocación siempre fue la conducción.
Pero ¿cómo? – preguntó la turca con desconcierto.
Autobusero de bares, en todos tengo yo parada – dijo el ciego.
Ahora entiendo, tú profesión es mi afición – sentenció ella.
¿Y tú a qué has venido a este país? – balbuceó Diego.
Huyo del rechazo, me casé en secreto con Jack Daniel’s pero todos dicen que no es bueno para mí, que nunca me ha hecho bien. Qué sabrán ellos – espetó ella con furia.

Y sin darse ninguno cuenta, entre ponche y ponche empezó la noche. Respiraban cada sorbo y también lo valoraban puesto que cada uno, lo pagaban. Un oxígeno que no era gratis. En la seguridad social, no entraba y muy lejos de la sanidad estaba. Se entendían sin saberlo porque afinidades compartían. Fue un encuentro afortunado el del ciego y la turca que acabó de madrugada. La euforia de ella quedó hecha trizas cuando su amigo se marchaba. El ciego la cambió por otra, con resaca se fugaba. Con las mejillas sonrojadas ella vio como aparecía el que nunca le fallaba, siempre que suelto le quedaba. El camarero le anunció – aquí está su Jack Daniel’s. La turca sonrió, sintiéndose la más afortunada. Incomprendida de por vida, es la historia del ciego y la turca.

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